
En un sofá
El inicio de otra historia de amor.
Vickie Allauca
8/15/20236 min read


El reloj daba las nueve de la mañana, el sol entraba con confianza y una entusiasmada brisa se abría paso por la pequeña abertura de la ventana. El silencio empezó a incomodarlos, por lo que sus mentes buscaban formas de evitar tan desagradable sensación.
Los dedos de Jorge acariciaban la superficie de su asiento, tratando de adivinar con qué material estaba hecho aquel sofá. Pasaba las yemas de sus dedos con suavidad sintiendo la textura, viendo como la dirección con la que lo acariciaba cambiaba su tonalidad. Para arriba más claro y para abajo más oscuro. Sus pensamientos viajaban y se mezclaban entre sí…
"¿Por qué cambia el color cuando muevo mi mano así? Es como tener dos sillones en uno. El color marrón también me gusta. Ya no sé qué más hacer. Debería dejar de jugar con su sofá, voy a terminar estropeándolo", se incorporó y volvió su vista al material, "es bastante cómodo también, podría dormir en un sofá como éste sin problema. Aunque me dolerían las piernas porque está chico. Soy un poco alto para todos los muebles de esta casa. Creo que no le gustó las flores. Debí preguntarle cuáles eran sus favoritas. Mejor le pregunto dónde compró éste sofá, serviría de algo para romper el hielo. ¿Por qué no dice nada? Debería retractarme y disculparme, ¿otra vez? ¿Y de qué me disculpo ahora? ¿De amarla con locura y no querer pasar el resto de mi vida con nadie más que ella?"
Laura, en cambio, pellizcaba la gamuza del antebrazo tratando de descubrir el límite de elasticidad que tenía su sofá.
"Ya es hora que cambie este vejestorio, jamás me gustó la gamuza y Oracio lo ha arañado todo", pensó "No le he dado de desayunar al pobre, con razón me odia. Tampoco he desayunado. Mi café se está enfriando y en vez de ofrecerle uno le he invitado a sentarse, ¡es que soy estúpida!", soltó la gamuza y puso las manos sobre su regazo en un intento de parecer más calmada. "¿Por qué me ha preguntado eso de la nada? No puede venir cuando quiera y exigir una respuesta que no tengo, o más bien que no puedo responder por todo lo que implicaría. Es tan típico de él, siempre me hace lo mismo, siempre…me obliga a decidir", dejó salir el aire de sus pulmones de manera brusca,
»¿por qué no puedo decidir? Nunca puedo hacerlo, ni siquiera con un simple plato de comida. Anoche me tomó 2 horas decidir qué quería cenar. Pedí chau-mey y cuando llegó no podía dejar de pensar en aquella pizza que se veía tan deliciosa. Aunque la pizza siempre se me daña porque no la termino. Pido demasiado. ¿Si ves, Laura? No puedes ni escoger bien la porción de comida que te conviene. ¿Cómo vas a tomar una decisión que potencialmente te haría mucho más daño que un pedazo de pizza con moho? Siempre escojo mal. Como aquella vez que decidí comprar este horrible sofá de gamuza. ¿En qué estaba pensando?"
Ambos eran incapaces de mirarse a los ojos, estaban sentados uno junto al otro frente al televisor apagado. Sus respiraciones tomaban turnos y se volvían cada vez más audibles e insoportables.
Sus manos y pies inquietos no paraban de moverse y parecía como si estuvieran bailando. El silencio llegó a su punto límite en el que tenía que convertirse en ruido. No había otra manera.
—Laura… —balbuceó Jorge al darse cuenta del nudo que se había formado en su garganta y la humedad que sentía en sus ojos. Se tocó las mejillas y también las sintió húmedas. ¿Hace cuánto estaba llorando?
—No…por favor no llores —suplicó Laura cuando se percató de las lágrimas de su acompañante.
—Pe-erdón —trató de articular pero la voz se le cortaba.
—No, no te disculpes. No es tu culpa Jorge, no quería lastimarte —sus manos temblorosas trataron de agarrar las suyas, y él se atrevió a mirarla a los ojos— No quiero lastimarte, yo…
Laura no pudo terminar su frase, no sabía cómo. Las lágrimas también se apoderaron de sus ojos y soltó las manos de Jorge para cubrir su rostro. Le avergonzaba que la viera débil, vulnerable.
—No estoy segura de nada en mi vida, no puedo tomar decisiones en segundos. No me hagas esto por favor —le rogó
Jorge, sin apartar la vista, agarró nuevamente y con más determinación las manos de Laura y las acercó a su corazón palpitante. No dejaba de temblar, pero respiró profundamente y tomó valor para hablar.
—No te estoy pidiendo que tomes una decisión que afectará el resto de tu vida en este instante. No quiero que me digas que te vas a quedar para siempre, que me vas a querer por el resto de tus días. No te estoy pidiendo que aceptes una relación o un anillo, o que me prometas algo. No quiero que decidas nada… —suspiró—solo quiero que me digas que está sucediendo aquí dentro —dijo mientras señalaba el corazón de Laura con una mano, sin que la otra soltara las de ella—si crees que alguno de esos latidos lleva mi nombre.
Laura asintió con la cabeza al instante, incapaz de articular palabra. Su labio inferior comenzó a temblar con más fuerza y sus ojos fueron víctima de una aglomeración de sentimientos de los que estaba huyendo hace rato.
Jorge la abrazó con fuerza, lo que provocó que las lágrimas salieran con más violencia. No podía controlar sus sollozos y sentía como le faltaba el aire. Estuvieron sumidos en ese abrazo por mucho tiempo, en un silencio magnífico.
Poco a poco las lágrimas de Laura se agotaron, sus pulmones volvieron a sentir calma y sus manos aflojaron su agarre de la camiseta de Jorge.
—Pe-ensé que no i-iba a ser suficie-ente —ahora rompió el silencio Laura, y tomó un gran bocado de aire para seguir—El que sienta tantas cosas por ti que no entienda, que te quiera todo el tiempo cerca. Pero sé que mereces alguien que te prometa una vida entera. Y yo… yo solo tengo miedo.
Las lágrimas amenazaron con regresar, así como la terrible presión en su pecho. Laura trataba inútilmente de cerrar el agujero lleno de temores que se había abierto dentro de ella. Se sentía perdida y rota, como si no tuviera esperanza ni arreglo. Como si no valiera la pena.
—Te quiero a ti —susurró Jorge en el oído de Laura— te quiero solo a ti, a todo lo que te hace tú. Para mí, eres más que suficiente. Así tal y como eres, tal y como estás.
—¿Y si vuelvo a romperme? ¿Y si vuelvo a huir?
—Recogeré los pedazos y me quedaré aquí. Te esperaré de ser necesario.
—¿Por qué? —se le quebró la voz nuevamente.
—Porque te amo Laura. He decidido amarte todas las mañanas y todas las noches. Siempre que me lo permitas, te lo repetiré hasta el cansancio. Amo quien eres y quien aspiras a ser. Amo tus sueños. Amo las manchitas que tienes en los brazos. Amo como siempre pides demasiada pizza y la dejas echarse a perder. Amo a tu familia. Amo a tu gato aunque me muerda los pies —la besó suavemente en la frente mientras ella comenzaba a sonreír—a menos que quieras matarme y cortarme en pedacitos como en esa serie que sueles ver, tal vez ahí ya no te amaré mucho.
Laura río de nuevo y se acomodó en su asiento, esta vez de frente hacia él. Se limpió las lágrimas y la nariz con la manga de su suéter. Lo miró y sonrió melancólica.
—No sé qué va a pasar Jorge.
—Vamos a estar bien, un pasito a la vez. Por hoy ya tuviste suficiente, ¿no crees?
—Sí —respondió riéndose otra vez.
—Ahora sí, a lo importante. —dijo Jorge con sorprendente seriedad—¿Dónde compraste este increíble sofá? ¿Sabías que cambia el color si haces esto?
Laura estalló en una carcajada al ver como Jorge movía su mano de un lado hacia el otro sobre la superficie del sofá, maravillado por el cambio de las tonalidades.
—¿Este sillón tan horrible?

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