Fantasma con F de Fe

Un nuevo comienzo.

Vickie Allauca

5/14/20214 min read

Mientras su cabello despeinado caía por sus hombros estáticos y su mirada se encontraba fija en la pantalla del celular, desplazando su dedo hacia abajo cada quince o veinte segundos, o treinta si era un video de un gato. Su mente trataba de maquinar algo que las saque de ese trance emocional.

Durante ya algún tiempo esa era la rutina, porque los días malos siempre volvían y descubrieron que permaneciendo juntos podían superarlos más rápido. Entonces se le ocurrió una deliciosa idea, ¿a quién no le gustaba comer empanadas en la cena? Y aún más las empanadas que hacía mamá.

Enseguida sus pensamientos se convirtieron en palabras y esas palabras recibieron un "sí" como respuesta, y en menos de lo que uno se demora en decir "empanada" estuvieron de acuerdo en hacerlas juntas.

Con un plan divertido a la espera, no era nada difícil levantarse de la cama y olvidarse de todo. Ella se levantó con emoción, no tanto por la delicia que iba a comer un poco más tarde, sino porque iba a hacer algo con su madre y su hermana. Y eso la sacaba del trance.

Llegó a la sala de operaciones, sacó las masas del refrigerador y la harina de la alacena, porque sabía que esas masas del súper no iban a alcanzar para saciar todos los estómagos. Se mantuvo a la espera.

Pasaron cinco, diez, quince minutos y la chef principal no llegaba todavía. Entre pequeños pasos se dirigió a su habitación y la encontró allí, sentaba en el borde de su cama con el celular entre las manos. Llevaba una expresión de angustia, una expresión que ella odiaba ver en el rostro de su madre, una expresión que tenía un solo responsable.

Entonces lo supo, ni siquiera tenía que preguntar. Ella sabía exactamente de quién se trataba. Retrocedió sus pasos y regresó a la cocina, con la cabeza llena de ideas aterradoras.

Después de muchos "ven mami", llegó con las manos listas y empezaron el trabajo. Y sin pedir explicaciones, escuchó la nueva noticia. Era una oportunidad que se le presentaba en tiempos de crisis, pero a ella no le agradó nada lo que sus oídos escuchaban.

¿Cómo le iba a agradar? Al instante, esa oportunidad significaba menos tiempo.

"Un poco más de aceite al sartén"
Menos tiempo para disfrutar lo que eran.

"Es mejor utilizar la olla pequeña"
Menos tiempo para disfrutar de su dulce compañía.

"A fuego medio"
Menos tiempo para verla amándose a sí misma como nunca antes.

"Cuidado te salpica"
Menos tiempo para gozar de su relación madre-hija.

"El secreto es bañarle el otro lado con el aceite caliente"
Menos tiempo para deleitarse en el crecimiento que todos experimentaban.

De repente, su reproche se convirtió en ira, pero ¿contra quién?

Ella, en su desespero de encontrar culpables se enojó primero con su madre, por el hecho de tan solo considerar esa oportunidad como algo viable "por el momento".

Luego enfureció contra el fantasma que pensó había dejado atrás hace tiempo, pero su sombra (si es que algún fantasma posee una sombra) no la había abandonado.

Este pretendía perseguirla cada vez que su nombre era pronunciado, y con su mala reputación le daba la razón.

El fantasma le recordaba que un mortal no puede cambiar si nunca ha demostrado siquiera intentarlo. El fantasma era él, el responsable de aquella expresión de angustia en el rostro de su madre, el detonante de casi todos los pleitos en casa.

El fantasma era esa decisión, ese sonido de la puerta al cerrarse, esos latidos rotos.

Al darse cuenta de lo distraída que estaba y que podía lastimarse si seguía cerca del aceite hirviendo, cambió de tarea y empezó a amasar.

Estuvieron listas las empanadas y el café, se sentaron alrededor de la mesa y degustaron de su sabor no tan delicioso como de costumbre. Allí, más oídos escucharon la noticia y las bombas que ella esperaba que detonasen, no lo hicieron.

Finalmente, encolerizó consigo misma y aterrizó.

Después de todo, no tenía justificación de arremeterse contra alguien sin primero entender que ocurría en su interior.

Y lo que transitaba por su mente, corazón y alma no era resentimiento ni odio, era temor por lo que podría pasar pero no pasa, o lo que podría ser pero no es.

Era, en pocas palabras: falta de fe.

Al transcurrir la noche, y después de un sueño aburrido, se levantó con una perspectiva diferente y se propuso, una vez más, abandonar el mal hábito de observarlo todo y predisponerse para lo peor.

El sol salió, la alarma no sonó y el sueño no se le quitó, pero decidió respirar de manera diferente ese nuevo día.

A pesar de que el barco en el que ella se encontraba parecía que iba a entrar en una tormenta que nunca antes había visto y que tenía muchas probabilidades de hundirlos, decidió sentarse en la proa, abrir su biblia y soltar el control.

A veces escribo cartas...

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